Francisca y La Muerte..!
FRANCISCA Y LA MUERTE
¡Santos y buenos días!- dijo la Muerte, y ninguno la pudo reconocer, porque venía con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla en el bolsillo.
-Quisiera saber, ¿dónde vive la señora Francisca?
-Allá arriba- le respondieron, señalándole el camino.
Andando, la Muerte vio que eran las siete de la mañana, "para la una y cuarto está anotada Francisca: menos mal, poco trabajo, un sólo caso", se dijo satisfecha de no fatigarse. Y llegó a casa de Francisca:
-Por favor con Panchita- dijo adulona la Muerte.
-Abuela salió temprano- contestó una nieta.
-Y ¿a qué hora regresa?- preguntó.
-¡Quién lo sabe!- dijo la madre de la niña-. Depende de los quehaceres que tenga en el campo.
-Hace mucho sol, ¿puedo esperarla aquí?
-Si, pero puede que regrese hasta el anochecer.
"¡Chin!" -pensó la Muerte-, "se me irá el tren de las cinco. Mejor voy a buscarla". Y preguntó: –¿Dónde, de fijo, puedo encontrarla ahora?
-De madrugada salió a ordeñar. Seguramente ahora estará sembrando.
–Gracias- dijo secamente la Muerte, y echó a andar de nuevo. Pero miró todo el extenso campo y no había un alma en él.
Entonces rabió:
-Vieja andariega, ¿dónde te habrás metido?
Escupió y continuó su sendero sin tino hasta que se topó con un caminante y le preguntó por Francisca.
-Lleva media hora en casa de los Noriega -le contestó-. Está enfermo el niño y ella fue a sobarlo.
La Muerte apretó el paso aunque ahora el camino era más duro y fatigoso. Así que llegó hecha una lástima a casa de los Noriega:
-Con Francisca, si me hace el favor.
-Ya se fue -dijo la madre.
-¡Cómo! ¿Tan pronto? ¿No hizo la sobremesa?
-Sólo vino a ayudarnos con el niño. Se ve que usted no conoce a Francisca.
-Tengo sus señas.
-A ver, dígalas -esperó la madre. Y la Muerte dijo:
-Pues ...con arrugas, desde luego, ya son setenta años...
-¿Y qué más?
Verá ...el pelo blanco ...casi ningún diente propio, la nariz afilada ...
-Pero usted no ha hablado de sus ojos.
-Bien. Nublados. sí, nublados han de ser, ahumados por los años.
-No, no la conoce -dijo la mujer-. Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Esa que usted busca, no es Francisca.
Y salió la Muerte indignada y anduvo y anduvo.
Alguien le dijo que Francisca estaba cortando pastura para la vaca. Pero fue y sólo vio la pastura. Entonces, con los pies hinchados y la camisa negra más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora: "¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!". Y regresó maldiciendo.
Mientras, a dos kilómetros de ahí, Francisca arreglaba un jardincito. Un conocido la saludó, bromeando:
-Francisca, ¿cuándo te vas a morir?
Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:
-¡Nunca! -dijo-, siempre hay algo que hacer.
*Onelio Jorge Cardoso, 1914-1986
Cuentista y autor cubano.
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